jueves, 28 de enero de 2010

Entro a la clase y usted está ahí. Perfecto, erguido y parsimonioso, como siempre. Yo lo miro y mientras saludo fugazmente suspiro por dentro. Usted, como todas las semanas, me pregunta cómo estoy, yo respondo con un tímido "bien".
A veces me golpea un arrebato de atrevimiento y le agrego un "gracias, usted?".
Lo ustedeo porque me da pena contestarle de Vos, como hace usted, o de Tu, como haría yo normalmente. Le tengo respeto, a los profes no se les habla de Tu.

Empieza la clase y yo vuelvo a ver a mis compañeras, trato de leer en sus caras si su forma de hablar las derrite tanto como a mí. Supongo que no. Me pregunto por qué, y luego recuerdo que es importante que ponga atención a lo que usted está diciendo. A fin de cuentas siempre lo escucho. Creo que soy la más aplicada de la clase.

Usted se dirige a mí y me habla de lo que hice bien y lo que hice mal. Yo asiento y de cuando en cuando comento, o pregunto algo. Luego usted hace una pausa que indica que su observación terminó, y me mira a los ojos unas fracciones de segundo más de lo estipulado. Yo juro que mis ojos le sonríen.

Se acaba la clase y salimos todos, depidiendonos en desordenado unisón. Le sonrío y me doy la vuelta, suspirando a modo de conclusión. En el pasillo veo a su esposa. Ella me saluda calurosamente, y vuelvo a la realidad.

1 comentario:

Diana dijo...

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