martes, 20 de octubre de 2009

La ventisca

A Sofía V.

El viento te arrebataba el cabello contra la frente y las mejillas, y traía consigo el perfume matutino del pasto y las flores. El frío era sobrecogedor, y en la altura de la colina no había obstáculos que te resguardaran de las ráfagas. Pero, acostada en la hierba, hecha un huevillo, en esa posición fetal de los que vagamos solos por la vida, volviste la cabeza y descubriste unos brazos protectores que te rodeaban el torso. Nunca divisaste el rostro al cual pertenecían esos brazos fuertes, y tampoco trataste de hacerlo. No importaba. Esos largos segundos, o esas cortas horas de un abrazo anónimo entre el pasto y la ventisca fueron suficientes para acompañarte a despedir el Sueño, y enfrentarte cara a cara con la Vigilia.

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